martes, 10 de febrero de 2009

Del insomnio y el historiador frustrado. (1)

El joven detective llamado Ol se encontraba pasmadísimo por el cuadro que le ofrecía la habitación donde yacía el ahora difunto, pero no poco famoso, historiador de nombre Lo. No lograba comprender como alguien en la punta de su carrera académica, con un historial tan prometedor y contado con una buena fortuna había decicido volarse la cabeza. Era suicidio, de eso no le quedaba duda, la sangre, aún fresca, se distribuía en el piso, que hacía apenas unas horas había sido testigo del panico de la mujer de Lo cuando ésta lo encotró con el alma abrazando a la nada y escupiendo vida por todos sus poros, el preámbulo y el arma que ya repartía humo avisaban que era demasiado tarde.

Sumido en su confusión por ser incapaz de reconocer una causa, Ol leía unos papeles que se encontraban entre los últimos que el historiador había estado hojeando. Al parecer era una especie de ensayo, la vieja tipografía arcaica traducía algo como lo siguiente en uno de sus parrafos:

Si no duermo dolbaré mi tiempo de vida en un factor de un tercio aproximadamente, tomando en cuenta que duermo ocho horas diarias en promedio. Con esas ocho horas podrías fracasar de nuevas y originales maneras que harían que me vida sería un tercio de veces más insoportable y vacía que la anterior. Si mi vida fuera un tercio de veces más carente de sentido e inaguantable de seguro mi cerebro, ante la desconsolada situación, se pondría a trabajar en cambiar algo, algo de lo que percibo como realidad.

El cambio siempre es deseable, rezan los manuales de todos los tiempos mientras aplauden la idea que convirtió los tiempos viejos en los presentes. Quiero pensar, que si mi cerebro se empeñara más, rompería algun paradigma, perfeccionaría una idea, revolucionaría algun campo del conocimiento o del sentir, cultura.

Pero eso me volvería solamente otro prisionero de la historia, otra pieza del rompecabezas trágico que parece formar la historia. Mis nuevos paradigmas, ideas, o teorías unicamente frustrarían a otros hombres, que tratarían de romperlos de la misma manera que yo, así avivando el ciclo de la rebeldía contra la idea en turno, así avivando el ciclo de la derrota y la victoria, así dandole rotación a la eterna rueda de la imposibilidad que nos grita que la sigamos. Me rehuso a participar en un juego que no podemos ganar, me rehuso a competir contra mi mismo.

La proyección humana hacia algo más no es mas que el querer huir de nosotros mismos, de nuestra propia imagen que nos parece repugnante. No cazamos estrellas, huimos de nuestros infiernos.

La desgracia personal es el motor del cambio.
Solo acabando con el cambio puedo dejar de ser un mecanismo de la historia, solo aceptando mi podredumbre seré un verdadero hombre.

Y Ol pensó todo el resto de la tarde.


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