miércoles, 22 de julio de 2009

Sobre el inconveniente de haber muerto. (1)

En las puertas del infierno entre el ajetreo burocrático que usualmente se sucita en ese lugar un triste espiritu hace su trabajo. Este último consiste en leer las últimas palabras de las infinitas almas que llegan a ese lugar. El triste espiritu suspira y luego posa su delicada percepción sobre el siguiente sollozo.

Me invade la sensación de haber tenido lo que toda persona quiere en una etapa en que no estaba preparado para ello. El sutil encanto de ser un perdedor prematuro resuena poético en un escrito pero es devastador cuando su resonancia se hace carne. Ahora debo marchar por este camino de incertidumbres a una muerte azarosa sin portar un destino, una meta. Siento el torbellino del tiempo absorberme hacia atrás en sus recuerdo pero nunca dejandome llegar, sólo se encarga de mantener la herida latente. Y la muerte no me liberará, pues para quien sufrió todo la decepción del cosmos en un tiempo finito una eternidad de sufrimientos se interpreta simplemente como una etapa de autocontemplación malsana, un tributo a la vanidad del fracaso.

Y el espiritu lanza un lamento de simpatía por el cliente anonimo de su humilde servicio.

"Gracias por tanta belleza, señor de la tragedia" reza en silencio.

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