domingo, 28 de febrero de 2010

Acusando el acusativo.

Y ese día decidí que tu no tendrías nombre.
Sin nombre sólo serías un recuerdo amorfo.
Un nombre era necesariamente una manera de encasillarte en algo,
Y yo había perdido la habilidad de definirte.

No me dirigiría a ti de ninguna manera.
Ya no terminaría nuestras interlocuciones con coma y mi amor.
Ya no terminaría nuestras proposiciones con claro y cariño.
Ya no terminaría nuestras locuciones con adios y te quiero.

Solo frases directas de ahora en adelante.
Los puentes que construian la Venecia solitaria que eramos nostros se han caído al dejar de llamarte de alguna manera.
Los puentes eran esas frases quisquillosas que unían las cuadras o frases.
Los articuladores que le daban sentido a la geometría de esas ciudad que eran nuestros diálogos.

Y visito nuestro libro, de nuevo.
Todo lo que queda es un discurso desgastado, que no va a ningun lado.
Una incoherencia esencial que fue escrita en un idioma muerto.
Palabras aleatorias en interlocutores rotas que nunca serán interpetadas.
Un incomprensión ensordecedora.

Extrañaré los días en que significabas algo más que un recuerdo privado.